De Regreso
La fila se divisaba interminable. La gente se asemejaba a un denario de esos que vende la señora a la puerta de la iglesia de San Francisco en plena séptima con trece. Al fin llegue. Cuando iba a cancelar los dos mil quinientos para obtener un plástico que es mi boleto de regreso a casa, una señora estira su mano en donde envolvía un billete de cinco mil pesos y con su mirada puesta, como con sed de venganza, en la señora de la taquilla que apenas se le notaba era un poco mayor que ella. La misma me miro, y con sus ojos me pregunto en el silencio más sepulcral que he experimentado: ¿le recibo? Creo que una sonrisa es más que un sí, más que un: está bien, más que un indignarse ante aquel evento.
Cuando pase la máquina
registradora, después de haber hecho otra fila, ésta más pequeña, me encontraba
con una gran multitud de gente que a esa hora, como yo, regresaban a sus casas;
unos iban, otros venían; otros solo
hablaban por su black berry en las esquinas de los cruces dificultando el paso
terriblemente. Pienso que el Portal del Norte no es un buen sitio para recibir
una llamada ni detenerse para responder un mensaje.
Al llegar a la plataforma uno,
se escuchó en medio de los ruidos que produce la gente al caminar, y no me
refiero al ruido de sus zapatos contra el piso: auxiliar de la policía es
solicitada en plataforma uno, auxiliar de la policía es solicitada en
plataforma uno. De repente veo tres auxiliares de policía que a simple vista no
demuestran tener más de 19 años, correr y abalanzarse contra dos sujetos que se
encontraban en una violenta lucha, producto de querer subirse primero al H74.
Un gringo que se paró justo a mi lado exclamó: worth seeing of a colombian! Aún
no sé si tenga razón. La gente que observaba, actuaba tan tranquila, que hasta
sentí temor de no ser como ellos. Todavía no logro entender porque siempre que
hay una pelea, lo primero que hacen es pedirle la cédula a los involucrados,
como si eso fuera a arreglar el problema, pregunto: ¿A caso lo resuelve?
Al fin logro subirme al articulado. Al tratar
de entrar golpeo con mi codo el seno de una muchacha de no más de 25 años; como
si el tiempo se dilatara, me vuelvo a ella y le digo tratando de expresarlo
también con mi rostro: los siento…La chica, no escucha, su objetivo: sentarse
en la primera silla que encuentre.
Un minuto después, todo es
silencio. Solo el ruido del motor del articulado y el señor que casi grita
tratando de hablar por su celular, interrumpen las 148 reflexiones que en ese
momento se suscitan alrededor mío.
Ya he pasado tres estaciones
de norte a sur. Voy sentado en la misma dirección del conductor, bueno, de la
conductora. El articulado, ahora esta full. El calor de las personas ahora es
mucho más. Dos hombres de al menos 48 años hablan de los hechos que envolvieron
la muerte de Galán. – “es una tragedia”-“si lo es”. Responde el otro.” Colombia
es un país violento”, “si lo es”, responde el otro. El joven que va parado
justo en frente de ellos, les observa dando la impresión que no sabe lo que ha
sucedido. Ahora los dos hombres hablan de los Nule. El articulado hace una
fuerte parada. Las puertas se abren y apenas puedo ver unas letras: “Calle
127”. Una ola humana se avalancha sobre las personas que están aún en la puerta
por donde solo se permite el ingreso de personas con capacidad diferente. Al
querer entrar una chica mete su pierna derecha entre el bache de la estación y
el articulado cayendo en medio de la brecha. Sus amigos la levantan y de un
jalón la entran al instante de que la conductora, sin ser consciente de la situación,
cierra las puertas del articulado. La
chica y sus amigos realizan la acción que aseguran los psicólogos un individuo
es propenso a hacer en situaciones de peligro: reír. ¿A caso no se indignan al
menos un poco ante lo sucedido? ¿Acaso en el metro de New york, observamos el
mismo panorama?, es decir, ¿estamos tan dignados, tan conformes, tan
acostumbrados ya de lo que sucede a
nuestro alrededor que nadie se manifiesta sobre ello?. Dejo de ver a la chica
que aún sonríe y me centro en observar la parte izquierda de la autopista norte
sentido norte sur.
De casualidad observo un
peatón parado sobre el bulevar esperando una brecha espacial y temporal para
lanzarse en una carrera y atravesar la autopista. ¿A caso no ve el puente
peatonal de la estación que tiene a su izquierda? Me pregunto qué pensará el
niño que lleva de la mano sobre la situación. ¿Estará asustado? Se estará
preguntando: ¿Por qué no utilizamos el puentecito? De repente escucho abrirse
la puerta del articulado y a un señor gritar: ¡una silla azul para una señora
embarazada! Todos se miran entre ellos. Parecen no saber qué hacer, ¿Quién hace
algo? Todas las sillas azules están ocupadas. La mujer que parece tener al
menos 5 meses de embarazo está en la primera puerta del bus, yo estoy en la
última y llamarla para darle mi puesto creo que en vez de ser un acto de
cortesía sería un sacrilegio. Han pasado 30 segundos desde que se escuchó al
señor pedir la silla azul, por cierto, ¿pidió el favor? La verdad no lo
recuerdo, espero que sí. Por fin un estudiante del Sena, lo reconocí por su
uniforme, levanta su mano como cuando uno iba a contestar una pregunta en clase
de sociales, y una voz en no sé dónde dice más calmadamente: Señora ahí hay una
silla. El estudiante se para en frente de la silla. La mujer con dificultad
logra sentarse.
Llevo 45 minutos de viaje; y aún
recuerdo la imagen del accidente en la 85. No hace falta ser adivino para
concluir que la señora se cayó por que un usuario que corría para alcanzar su
articulado, sin querer le empujo y ésta no alcanzó a agarrarse de nada. Vaya,
no sé si indignarme o sentir pesar por aquel evento.
Estoy frente a la estación de
la 72. Después de cerrar las puertas el articulado avanzó cuatro metros y se
detuvo frente al semáforo. Observo por la ventana a un policía de tránsito que
dialoga con motociclista que aparentemente no hizo una escuadra. El bus
arranca. Mi mirada también avanza, pero mi curiosidad es mayor que la inercia
del bus y doy vuelta para ver en qué termina la escena del policía y el motociclista.
Nuevamente me acomodo en mi silla y un minuto más tarde me pregunto si el
billete era de 10 o de 20. No sé. Creo que era de 20, tal vez para el sustento
de su familia. Que indignación.
Miro mi reloj y veo que son las 6:15 de la
tarde. Cuando iba a expresar lo tarde que era, el articulado da un frenado repentino y todos giramos hacia la
izquierda perturbados por el sonido agudo del pito. Un indigente caminaba a su
paso tratando de cruzar la calle para reunirse con sus amigos a mano derecha de
la caracas. Nadie dijo nada. No se escuchó ni un solo: Dios mío o un ¡Uchhhhh!
como se va atravesar así. ¿Costumbre al suceso? No lo sé, tal vez.
20 minutos más tarde, después
de presenciar la pelea en la Jiménez de esas dos chicas, estoy en las curvas de
la caracas que me dicen que ya estoy llegando a mi destino. El articulado esta
como en el portal, ni lleno ni vacío. Para en la 40 sur, luego en santa lucia.
Se sube un chico con una de esas cajas con un conocido reggaetón a todo sonido,
creo que decía si mal no estoy: “se que quieres, se te nota…” y bueno, no sé qué
más. Socorro. Próximas paradas: consuelo y Molinos. Miro a mi derecha y aun va
junto a mí la chica que se subió en el portal. Ahora lee el ADN. No puedo
resistir el mirar un gran título que dice: En Bogotá no se ha completado ni el
2% de las obras. Hay preocupación por el invierno que se aproxima. En ese
entonces recordé la obra de la 26 que minutos más tarde había dejado atrás y me
dije: pero ya casi se ve lista. ¿O estoy mal? Me indigna no saber sobre esta
ciudad y sus problemas. Molinos. No sé cuándo paramos en consuelo; a estas
alturas no me interesa mucho la verdad.
Salgo de la estación y me
dirijo a tomar el alimentador de mi barrio. La gente se atropella. ¿Luego ya no
llegaron? ¿Por qué corren? Pueden caerse del puente como la señora de la 85.
Logro atravesar el puente y entre la multitud colarme para ubicarme en la parte
final de la fila y esperar mi alimentador. Pasaron 20 minutos y al final llegó.
Logro subirme. Después de 15 minutos, logro bajarme, la gente me baja. Aún
recuerdo los olores, están mi nariz aún.
Camino cuatro cuadras y estoy
en mi apartamento. Enciendo la tele y veo el accidente de la 85. La nieta de la
señora asegura que el hombre la empujo a propósito por que caminaba muy lento.
La señora tenía 84 años. Que indignación. Me quedo sobre mi cama y enseguida
van a comerciales. Reflexiono sobre el día y las tantas cosas que vi, que me
duelen que pasen pero que no puedo cambiar; que me entristecen, que me llenan
de rabia y a la vez de impotencia. ¿Mañana será igual o peor? Qué podría ser
peor que la indiferencia de la gente que se vio obligada a ser fría,
intolerante, mal intencionada, inconforme, soberbia. ¿Quién puede hacer algo?
Siento frio, me arropo lo más que pueda. Escucho a lo
lejos todavía la fonda abierta por los borrachos que gritan cosas sin sentido.
Doy gracias a Dios que puedo ser yo y mientras sea esto que soy, le pediré ser
digno de los valores que me inculco mi familia e indignarme por las injusticias
del día a día; sé que algún día obtendrá su recompensa. En ello tengo grandes
Esperanzas.

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